Dickens en la Argentina (II)


En la primera parte de este post, mencioné el artículo “Mister Dickens y Sarmiento”, de Miguel Vendramin, que apareció en La Nación hace unos pocos días.

El autor menciona a varios argentinos ilustres que eran admiradores del escritor inglés, pero se detiene de modo especial en Domingo F. Sarmiento y en las lecturas de Dickens a las que asistió.

Sí, lecturas. No se trata de una mala traducción de lectures. Tras convertirse en un escritor famoso, Dickens dio varios espectáculos en los que él leía en público algunos pasajes de sus obras. En 1867-1868 hizo una gira por los Estados Unidos con sus lecturas.

Pues bien, en esos años Sarmiento se encontraba allí como ministro plenipotenciario de la Argentina y tuvo la oportunidad de asistir a una de esas lecturas. Quedó admirado.

Vendramin cita algunas palabras del sanjuanino del libro Dickens y Sarmiento, de Rafael Alberto Arrieta. Las originales están en el artículo “Lecturas de Carlos Dickens”, que puede encontrarse en el tomo 29 de la edición de las Obras de Sarmiento (págs. 239-250).

El ilustre sanjuanino nos cuenta allí, con gran entusiasmo, qué bien leía en público el escritor inglés. Según Sarmiento, hasta las más leves inflexiones de la voz de Dickens, hasta los más pequeños gestos estaban llenos de contenido, y parecía que uno podía incluso oír el mar y el viento de la escena narrada.

Sarmiento no resistió la tentación de darnos algunos ejemplos de lo que Dickens leía. Veamos un fragmento de uno de ellos, en traducción del propio Sarmiento:

“El caso es que hay una cierta persona que conoce a mi Emilia, desde cuando se ahogó su padre y ha sido su compañero de chico, que digamos de niño, y ahora, que ya es mujer. No era muy buen mozo, hombre así de mi cuerpo, robusto, en mucho de hombre del Sudeate [sic] en él, marino hasta los huesos; pero después de todo, mozo honrado y con el corazón en su lugar” (pág. 245).

Aunque él no lo transcribe, éste es el texto al que se refiere:

“There was a certain person as had know’d our Em’ly, from the time when her father was drownded; as had seen her constant; when a babby, when a young gal, when a woman. Not much of a person to look at, he warn’t,” said Mr. Peggotty, “something o’ my own build–rough–a good deal o’ the sou’-wester in him–wery salt–but, on the whole, a honest sort of a chap, with his art in the right place.” (David Copperifield, capítulo 21).

El mismo Sarmiento reconoce las limitaciones de su traducción: “Además de lo que pierde toda traducción, y más las que tienen que cambiar las frases usuales del pueblo para la expresión de sentimientos íntimos, pierde la mía por la imposibilidad de usar el lenguaje desatinado, incorrecto de que tanto partido saca el novelista inglés”. Y enseguida hace una referencia a la lengua española: “Cervantes hizo hablar á Sancho, los cabreros y las maritornes tan buen castellano como el Cura y Don Quijote, por lo que nadie ha osado sino con Rubí, Ascasubi y del Campo, aunque sin cumplido éxito por la exageración, introducir en lo escrito el rudo y adulterado lenguaje del paisano”.

Nadie duda de que Dickens fue un buen escritor. Pero quizás no lo fue solamente porque sabía combinar palabras, sino también porque podía darse cuenta de los sonidos que había detrás de las palabras, y reproducir “las frases usuales del pueblo” y hacer sentir al lector el rugido del viento y el mar.

Quizás también los traductores debamos pensar no solamente en la traducción de las palabras y de su significado, sino también en el sonido que hay detrás de cada una de ellas.